Retomo
blog, solo por hoy diré en cada salida.
Mientras haya lectores, sigo en pie de escritura. Me anima escribir sobre las
palabras, sobre la importancia de emplearlas
primero antes que los gestos y las imágenes, de saber decirlas para
comunicarnos con otro en lo cotidiano, para perdonar, para amar, para
disculparnos, para enojarnos, para expresar qué nos pasa, para informar que nos
sabemos qué nos pasa, para escribir, para comprender, para estar en el mundo de
una forma más humana. Me preocupa que lo que escribo se diga tanto y se use tan
poco, que hayamos naturalizado otros lenguajes en reemplazo de este como una
manera moderna, informal, divertida de estar conectados, me preocupas los
silencios cuando son vacíos de sentido y los ruidos permanentes, el lenguaje televisivo,
los errores de los carteles, gráficos, de los periodistas de informativos, de
las revistas de divulgación y los que encuentro en algunos libros de
literatura.
Me
ocupa ser una buena intermediaria de palabras en los chicos y los jóvenes, hoy
desprovistos de ellas. Me desespera que los adultos le digan en voz alta a
chicos y adolescentes una caterva de groserías que se han incorporado de manera
habitual al trato en la vía pública, y en sitios más acotados, palabras como “boludo,
pelo…do, tarado”… y otras que por razones de buena educación no me animo a
reproducir: ¿me entienden, no?
Ahora
bien, después les hablamos de ser buenos escuchas, de saber leer, de escribir
bien, de leer cuentos, poesías, novelas, hacer teatro, dramatizar. Esa dualidad
en la que nos situamos los adultos desprestigia.
La
palabra es un instrumento de comunicación insoslayable, no es lo mismo no
responder un correo electrónico que decirle al otro” no quiero hablar más con
vos”. No es lo mismo leer el resultado negativo de un estudio que escuchar al
profesional hablar de nuestra dolencia, algunos con una verdad que bordea la
crueldad. Me refiero a las palabras, esas que deseamos escuchar cuando alguien
ya no está, las que la memoria intenta rescatar con sus matices. Esas mismas
con las que las mujeres nos dejamos amar y aquellas con las que acariciamos al
hijo en el vientre.
Qué
hacer me pregunté para abrir este año: Buscar las palabras, las mejores, las
sanadoras, las reparadoras, y ponerlas en acción. Que hagan, que salgan a
desafiar la indiferencia y la agresión
cotidiana. Que vivan y sean útiles y algunas necesarias.
Como
trabajo con ellas a la vez que soy intermediaria, creo que el docente, el narrador,
el bibliotecario, la familia toda tiene que reunirse otra vez con su “mejor
repertorio” porque los chicos padecen “anorexia
lingüística”, la sociedad soslaya el problema y este avanza velado por los
mensajes de texto, los emojins, los correos pre-establecidos y los medios que
son los bárbaros de este siglo.
Por
encima de todo, está nuestra lengua, rica y hermosa, y nuestro capital
simbólico del que les he hablado tantas veces. En una escuela empobrecida de palabras,
no hay posibilidad de buenos encuentros.
Hablar
y hablar bien, leer, narrar, escuchar, poder escribir una carta, un informe,
una narración, un diálogo, sin apelar al mal uso ni a desmesuras nos dará un
mejor perfil de cada uno de nosotros donde fuere que actuemos.
Para
cerrar, este poema, ¡qué mejor! de la autora argentina María Cristina Ramos: Te olvido de la distancia:
Te aparto, te aparto,
no te quiero nada.
Como a la cebolla
de las ensaladas.
Te quise, te quise
pero te olvidé.
Me dolió el silencio,
no lo soporté.
Cada vez que sueño
este amor perdido
caigo en un desierto
de árboles perdidos.
Cada vez que escucho
tu nombre pasar
camino en orillas
heridas de mar.
( El mar de volverte a ver, Buenos
Aires, Quipu)
Algunas nuevas lecturas:
Las marcas de la mentira, Andrea
Ferrari, 2015. Buenos Aires, Santillana.
Es
una novela policial muy bien escrita que promete una segunda parte y nos deja
con ganas de hallarla pronto.
La
protagonista es Sol Linares, periodista que se sumerge en una historia que
domina los medios acompañada por A.L. Timón. Un caso que la enfrenta con la
muerte de su madre en dudosas circunstancias ocurrido en el pasado. Les cuento
poco porque es una historia llena de matices a partir del hallazgo de un cuerpo
con un águila tatuada en su espalda. Indicios, pistas, sucesos y una trama que promete
mucho y lo logra.
Olga y los pájaros, Claudio
Ledesma. 2015. Chile, ediciones Sherezade.
Es
un libro de cuento sorprendente. No tiene ilustración pero cuenta y acá está la
sorpresa con un espacio en cada página para que el lector haga su propio
dibujo. Está lejos de ser un libro para pintar o para completar con el dibujo,
me recuerda una propuesta personal de edición en los años 80. El autor narra la
historia de Olga y el narrador, una enfermedad, una muerte, temas que inquietan
al pasar las hojas. Entrelazadas, algunas canciones populares. Es una edición limitada
pero vale la pena hablar de ella. Tiene una exquisita presentación en blanco y negro,
y mucho para decir. Buena y arriesgada propuesta.
Libros en vuelo, literatura, infancia y sociedad. Lidia Blanco compiladora, 2015. Córdoba . Comunicarte.
Blanco
es una especialista en literatura infantil y juvenil, una estudiosa y una gran
maestra como la definen sus propias alumnas de seminario. Esta obra es una
compilación de cinco buenos trabajos en los que se abordan: La poesía infantil de la mano de Devetach, Califa y María Cristina Ramos, las creaciones
teatrales de Hugo Midón, una mirada analítica de la saga de Márgara Averbach,
el reflejo de la dictadura chilena en la obra de Antonio Skármeta, la historia
de los Cuentos del Chiribitil del CEAL, la cuestión de género en la escritura
de Germán Berdiales y un recorrido a través de creaciones literarias que
incluyen situaciones y personajes de la marginalidad social : narrativas al borde del camino, texto éste que pertenece a Lidia
Blanco con el que se cierra este libro que aporta material de trabajo e investigación.
Buena apuesta de las autoras y Comunicarte a favor del ensayo literario.
Un libro para leer más:
Una suerte pequeña, Claudia
Piñeiro. 2015. Alfaguara. Buenos Aires.
Después
de veinte años una mujer vuelve a la Argentina, de donde partió escapando de
una desgracia. Pero la que regresa es otra persona: no se ve igual, su voz es
diferente. Ni siquiera lleva el mismo nombre. Mary Lohan, Marilé Lauría o María
Elena Pujol --la que es, la que fue, la que había sido alguna vez-- vuelve al
suburbio de Buenos Aires donde formó una familia y vivió hasta que decidió
huir. Aún no termina de entender por qué aceptó regresar al pasado que se había
propuesto olvidar para siempre. Pero a medida que avanza la novela, entre
encuentros esperados y revelaciones inesperadas, se manifiesta que la vida no es ni destino ni casualidad: tal
vez su regreso no sea otra cosa que una suerte pequeña. Un recorrido por un
tremendo drama personal hace que María Elena reconstruya su identidad y su
subjetividad de mujer. Un suspenso muy intenso. ( valga la repetición).
Excelente post Graciela!, me lo llevo para compartir con los Bibliotecarios.
ResponderEliminargracias, me contás qué piensan, cómo lo reciben. Será mi objetivo encontrarme con ellos en algún momento. Las palabras...
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